siete poemas de amor
¡Mátame!
Desángrame las venas de silencios,
confunde tu cuerpo con el mío
en un naufragio de barcos silenciosos.
Camina conmigo por la arena,
que tu mano no se suelte de la mía,
cuando nos vean caminar, será mentira
que las edades separan los amores.
Juega conmigo a hacer castillos en la arena
que luego las olas de la envidia
desharán en una noche de tormenta,
pero tú y yo sabemos
que en ese castillo dormimos
una noche de luna y silencios.
¡Mátame!
Con esa muerte que tú haces gozosa
sabiendo que soy espina y tú eres rosa
de un jardín de historias confundidas.
II
El río pasa,
el tiempo corre,
el silencio se acumula,
tu mirada me distancia.
Me llamas y no te oigo,
te encuentro y te separas,
voy a tocarte y te esfumas,
FUMAS.
Acaricio tu piel
y siento un vértigo
hacia un prohibido sitio
donde haces temblar
mi mano inquieta.
La ola llega,
las rocas se desangran,
la luna serpentea,
la vela se desgarra,
la noche se hace día
y no ha pasado nada.
III
¿Por qué no me llamaste?
¿Por qué te fuiste al mar sin avisarme?
¿Por qué dejaste que las algas te abrazaran
si yo no estaba?
La bella Ibiza se reflejaba en blancos
y tú te ibas sin mí
a jugar con las olas.
Yo estaba lejos,
pero no me llamaste,
no quisiste escuchar mi fiel consejo.
Espero ir a verte cualquier día,
quitar la lápida que te tiene tapado
y decirte cara a cara
que eso no se le hace
a quien te ha amado.
IV
¿Recuerdas aquella romería?
¿Aquella fiesta de amores desbordados?
¿La locura de colores y de besos?
¿Recuerdas cómo nos encontramos?
Te escondiste,
te busqué,
me encontraste,
te besé,
nos reímos,
me caí,
me ayudaste,
dije sí,
y la noche, sin pedirnos permiso,
hizo sábanas de amor
debajo de un cobertizo.
V
La nieve del Teide blanca
jugaba junto a la bruma,
el mar vomitaba espuma,
¿y tú, amor?
Tú no me hablabas.
Jugabas solo a mirarme
con tus ojos verdiclaros
de poeta marinero.
Las rosas de mi jardín
echaban fuego
y nuestro perro
ladraba en una esquina.
El drago se inclinó para besarte,
la palmera te tapó,
cuerpo desnudo.
Yo jugué a buscarte,
jardín mudo,
siguiendo un ritual,
no una costumbre.
Entonces comprendimos
que la vida
era un juego constante
de emociones,
tú, ladrón, y yo, robado.
A eso le llamo yo
amor sublimado.
VI
Ese lugar oscuro y solitario,
que guardas entre columnas de alegría,
me corta el respirar,
me da la vida,
sintiéndome pequeño
entre tus brazos.
Consigo entonces
asirme como un niño
a tus pechos
de mujer engalanada.
Y me dejo deslizar
por la mañana,
que me conduce
al milagro de la vida.
Entro en el cuarto oscuro y juego
al juego del amor intransferible,
de sentirme querido y siempre amado
y saber que cuando juego no es pecado,
es un juego de niño consentido.
Amor que huele a flores,
no a cirios,
que hace levitar los sentimientos,
que transforma los dolores en contentos
y transmite la esperanza de la vida.
A ti, mujer, amante mía.
VII
Si encuentras un fuego
que caliente y no consuma,
métete en él
y no pidas ayuda.
Se llama amor,
pero te han engañado,
te han dicho
que el amar era pecado.
-
El niño que jugaba en el charco de barro
me miró sonriéndome despacio.
Y al ver una lágrima en mis ojos,
me preguntó si estaba enamorado.
Yo le contesté que había muerto alguien,
que estaba triste y solitario.
El niño se levantó y me dijo:
«Te regalo mi barco,
podrás viajar a donde quieras,
a donde no hay dolor,
ven a mi charco».
-
En el otoño de mi vida,
la primavera se rió de mi esperanza.
Quedamos para hablar,
pero no vino.
Tenía miedo
a perder su elegancia,
pero mis canas le fueron enseñando
que aunque no viniera,
el invierno va llegando.