Salí a pasear. La gente al cruzarse conmigo esbozaba una sonrrisa y sus ojos se cruzaban con los míos en busca de no se que, pero fue algo contagioso. Sentí que era necesario para los demás, que en un momento difícil mi presencia como la de otros muchos, era algo útil. Solo eso y todo eso. El taxista que me trajo a casa me dió las gracias por todos los años que le había hecho reír, 41, ¡Casi nada! Habrá que salir a pasear todos los días. Gota a gota.