Cuento de Navidad

23.12.2018 19:09

 

Cuento de Navidad. 
Por mucho que el quisiera, ese día no nevaría. La isla en la que vivía no contaba con eso pudiera ocurrir un 24 de diciembre,pero aquella mañana Ramón miró hacia el monte Teide, esperando poder verlo con su gorro blanco, pero la mañana estaba despejada. Paseó un poco con su perro y después de darle una golosina perruna, sintió un pequeño escalofrío en su espalda. Los amigos estaban lejos físicamente, aunque no de corazón y la noche se esperaba tranquila. Llegó la tarde y cuando anochecía, una pareja de amigos vino a buscarle para celebrar la cena de Noche Buena. Ramón no se puso sus mejores galas como otros años, porque no hacían falta, los amigos con los que cenaba, era una familia sencilla y, no había que dar explicaciones a nadie, tan solo pasar juntos aquellos momentos. Cuando volvió a su casa, Marco, su perro, le esperaba como siempre , dirigiendo la orquesta de la vida, con la batuta de su rabo peludo. La noche tenía casi la luna llena y unas pocas nubes jugaban a esconderla de cuando en cuando. Ramón se sentó en el sofá, delante del televisor encendido, sin escucharlo apenas y dejó que su cerebro jugara a recordar los años pasados. Cumplía años el día 25, 69 años y los 70 asomaban ya la nariz, por la ventana de la vida. Sin darse cuenta se quedó dormido. Papá Noel no le había traído nada, quizás porque había mucha, mucha gente, más necesitada que el de recibir un regalo, por muy pequeño que fuera. A Ramón no le importaba, la vida ya le había regalado muchos aplausos y cariño, como para exigir algo más. Notó un poco de frío y se dio cuenta que había dejado la puerta de la casa que daba a la cocina, abierta. ¡De pronto! vio entrar a Marco todo feliz y moviendo el rabo como nunca lo había visto hacer. Al llegar donde estaba Ramón, puso sus patas delanteras sobre las rodillas de este y cual no sería la sorpresa cuando vio, que en la boca de su perro, había una lagartija coleando . La tomó en su mano y comprobó que no estaba herida y que Marco le miraba con los ojos como platos y la lengua fuera, mientras su rabo dirigía la sinfonía del nuevo mundo. Ramón salió al jardín y detrás de el su perro Marco. Soltó la lagartija entre unas piedras y se abrazó a Marco, mientras este le lamía su cara con la lengua en señal de cariño y alegría. Ramón tocó con su mano la medalla que llevaba colgada en su pecho y contemplando el cielo estrellado, le dio gracias a su Dios, por aquel nuevo amigo que se había acordado de su cumpleaños. 
En noches de luna puede ocurrir de todo. Moncho Borrajo.

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