Blanca F. Ochoa
Bajó tan deprisa por la nieve, que le dieron una medalla, pero el slalom de la vida le puso muchos obstáculos, con los que ella no contaba. Primero se quedó sin su sueño y hermano, después el corazón tuvo que remendarlo dos veces y en su cerebro había un tobogán de sensaciones que pocos entendían. La montaña siempre estaba allí, esperándola y la Blanca nieve ,le recordaba que era libre. Una mañana en que las cosas necesitan reposo, tomó dos bastones, compró queso y buscó el cielo abierto, el cielo de siempre, el de toda la vida, el de los picos de la sierra de Madrid y dejó atrás la ciudad, como quien deja una mochila repleta de problemas, sencillos posiblemente, pero problemas al fin y al cabo. La niña de su interior , la de verdad, la de los sueños, no tenía tarjeta de crédito y dejó su teléfono móvil, para que la dejaran volar. Una mano la recogió de la montaña y dejando atrás el traje prestado de la vida, le ayudó a salir. ¡Por fín junto de nuevo! Era su hermano, sí, el que no debió marcharse nunca. Blanco sonrió y mientras se abrazaba a su hermano, vio desde lo alto, como los perros descubrían su traje prestado, entre las rocas, como si de una serpiente se tratara que terminara de mudar su piel ¡Adios Blanca! Guardo tu sonrisa para mis momentos tristes, yo también tengo un tobogán en el corazón. Moncho Borrajo.